Sabia que... ISABEL DE BRAGANZA. REINA DE ESPAÑA Y FUNDADORA DEL MUSEO DEL PRADO (I)

 

ISABEL DE BRAGANZA. REINA DE ESPAÑA Y

FUNDADORA DEL MUSEO DEL PRADO (I)

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María Isabel de Braganza nació el 19 de mayo de 1797 en el Palacio de Queluz, hija de D. João VI, príncipe regente de Portugal y de la infanta Carlota Joaquina de Borbón, hija mayor de Carlos IV.


El matrimonio de sus padres, convenido para restablecer las relaciones entre ambos países, fue un tremendo fracaso en el aspecto personal y es el origen del popular y taxativo dicho portugués “De Espanha nem bom vento nem bom casamento”.

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Sus personalidades totalmente opuestas generarían un conflicto permanente (en donde hubo lugar a la conspiración y a la traición por parte de Carlota Joaquina) que acabó por repercutir en el destino de sus hijos. Dos de ellos, Pedro y Miguel, abanderando respectivamente el liberalismo y el absolutismo, lucharon más tarde entre si por el trono llevando a Portugal a una cruenta y prolongada guerra civil entre 1826 y 1834.


A pesar de constituir un matrimonio mal avenido, los padres de Isabel tuvieron 9 hijos que garantizaban la sucesión, aunque hubiera dudas sobre la legitimidad de varios de ellos.


La infanta Isabel, educada por maestros próximos a la Compañía de Jesús, manifestó desde pequeña una especial sensibilidad artística por la pintura, recibiendo también clases del pintor Domingos António de Sequeira, equiparado por algunos a Tiziano.

Quizá como resultado del conflicto público entre sus padres, que se separaron en 1806, la salud de Isabel se resintió quedando afectada de una ligera epilepsia.

RUMBO A RÍO DE JANEIRO

El 27 de Noviembre de 1807 sus padres se tuvieron que reunir, obligados por las circunstancias, para embarcarse en 14 navíos con la reina Dª María I y toda la corte a Brasil ante la invasión napoleónica de Portugal.

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El matrimonio viajó en navíos separados y dos meses después hicieron escala en San Salvador de Bahía. Isabel se convertirá más tarde en el único miembro de la realeza española, hasta 1910, que haya estado en el continente americano.

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Continuando a su destino final, desembarcaron en Río de Janeiro el 8 de marzo de 1808. Tras un periodo de residencia provisional en el palacio del Gobernador, sus padres volvieron a separarse e Isabel y sus hermanas quedaron instaladas en dos haciendas con su madre, que detestó desde el primer momento estar en Brasil.

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Con el regreso triunfal de Fernando VII a España y la restauración de los borbones, en 1814 Carlota Joaquina recibió una carta de su hermano pidiendo la mano de sus sobrinas, la de Isabel para él y la de María Francisca para su hermano Carlos María Isidro.

La alianza resultaba conveniente para unir los intereses de ambas monarquías y hacer frente a la onda independentista que comenzaba a azotar las colonias americanas. Así, el 22 de Febrero de 1816 se firmaron las capitulaciones matrimoniales, pocos días después murió la reina Dª María I y el 22 de Marzo las infantas se despidieron de sus padres ya convertidos en reyes.

RUMBO A CADIZ

Isabel era poco agraciada físicamente. Con diecinueve años estaba dotada de un temperamento dócil, romántico y cándido como se muestra claramente en la carta que escribe, poco antes de embarcar, a su tío y prometido Fernando:

Mis deseos son sólo conocerte y agradarte, y si tuviera que soportar tus impertinencias, sé que serán justas y que no serán en vano. Gracias por tu predilección por mí, mi único pensamiento es entregarte mi corazón, que sin duda fue creado para el tuyo.

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Al contrario, su hermana María Francisca, de sólo quince años, era el polo opuesto tanto física como anímicamente. Alta, elegante, amante de la equitación y la caza, tenía un carácter extrovertido y dominante, como el de la madre.

El viaje a España fue muy accidentado, tardando cinco meses en llegar a Cádiz. Antes de desembarcar fueron desposadas, por poderes, por el duque del Infantado. Después de una comida de gala, desembarcó la nueva reina de España con su hermana y se dirigieron a la catedral donde fue entonado un Te Deum.

VIAJE A MADRID


El recorrido hacia Madrid estuvo jalonado por gritos de júbilo y vítores hacia ella por todas las ciudades por donde pasaba. Había corrido el rumor de la petición que hizo nada más desembarcar que no se realizasen festejos en su honor ni gasto alguno que agravase la situación del pueblo, considerando que el escaso dinero disponible se empleara en la reconstrucción de un país asolado por las guerras napoleónicas.

El 28 de septiembre de 1816, media legua antes de llegar a Madrid, la comitiva real se detuvo. Allí les esperaban el rey y su hermano. Isabel debía estar ansiosa por conocer a su marido en persona. Fernando tenía treinta y dos años, trece más que ella y a su aspecto, nada elegante, le encajaba perfectamente el mote castizo de "manolo".

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Isabel había oído hablar a su madre de cómo conspiró su hermano Fernando para quedarse con el trono de sus padres, la posterior abdicación de estos y de cómo tuvo que desterrarse después a Francia tras la invasión napoleónica. Ya hacía dos años que, en el primer pronunciamiento en España, derogó la constitución liberal con sangrienta persecución para volver al absolutismo en el llamado Sexenio absolutista (1814-1820).

Pero para la nueva reina de España, consciente de que su misión era darle un heredero, todo aquello revestía poca importancia y, al contrario que su hermana, nunca se interesó por la política y mucho menos por la intriga. No sabía dónde se había metido, si bien el ambiente le resultaba familiar después de haber convivido 19 años con una madre, y ahora también cuñada, déspota y libertina.


Ya desde el primer encuentro con su marido, Isabel observó, como gran aficionada que era al dibujo y al análisis de los rasgos faciales, algo de familiar en aquellos ojos saltones, cabello negro y labios finos y apretados. Pensó en sus propios hermanos, llenos de vida y actividad física pero ignorantes y ajenos a cualquier interés intelectual.


Fernando seguía la moda impuesta a la nobleza por sus padres y la duquesa de Alba de imitar las maneras y gustos castizos del pueblo madrileño como rápidamente pudo comprobar en la vulgar rima que leyó sobre un arco de bienvenida levantado para la ocasión en la Puerta de Atocha:

Entra en el seno amoroso

de tu pueblo y de tu esposo.


Posteriormente se celebró en la iglesia de San Francisco el Grande, donde muchos siglos antes estuvo una humilde casa que alojó a San Francisco de Asís, la ceremonia de ratificación de la doble boda entre las dos parejas de hermanos.

El padrino fue el infante Francisco de Paula, supuesto hijo de Godoy y hermano menor de Fernando y Carlos María Isidro. Los románticos rasgos de belleza masculina del padrino contrastaban fuertemente con los de sus dos hermanos mayores, prometidos de las infantas portuguesas.

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DESMONTANDO UNA DURA COPLILLA

Dice la leyenda que, al llegar al Palacio Real, Isabel se encontró con un pasquín sobre la puerta con una coplilla que decía:

Fea, pobre y portuguesa, ¡chúpate esa!

Es bastante improbable que ocurriera este hecho debido al fuerte control policial que existía durante el sexenio. No deja de ser una crítica de carácter satírica del pueblo al absolutismo real, una burla al que será conocido como el rey felón a través de su consorte pero, aun así, convendría desmontar de una vez el significado de esta lamentable coplilla.


Si el primero de los adjetivos es bastante evidente; la fealdad de la familia, de la que tampoco se libraba Fernando, procedía claramente de la madre del rey María Luisa de Parma a poco que se analicen los retratos de Goya, el mejor observador de la época.

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El segundo adjetivo, debido a la falta de dote de las infantas, era consecuencia de la situación en que se encontraba toda Europa, arruinada por las guerras contra el imperio napoleónico. Pero la potencial riqueza comercial y de recursos de Portugal no era nada desdeñable. Tampoco el carácter austero y ahorrador de Isabel, como ya demostró a su llegada a Cádiz, debería ser despreciado en una época de recesión económica como la que se vivía.

En cuanto al tercer adjetivo se refiere a la castiza resistencia a que, de nuevo, una reina consorte extranjera ocupase el trono español, circunstancia que perduró hasta el matrimonio de Alfonso XII con María de las Mercedes en 1878. Esta resistencia no tenía en cuenta la gran utilidad que esta doble boda representaba para España. En una época de germen revolucionario en América, podía ser muy beneficioso para España volver a aliarse a un imperio con el que compartía fronteras y problemas similares.

Dos meses después de llegar a palacio, en noviembre de 1816, la reina ya tenía síntomas de embarazo y también, como era de esperar, Fernando comenzó a desinteresarse por ella una vez conseguido el principal objetivo.

(Continuará)

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Por Antonio Iraizoz García (*)

BIBLIOGRAFÍA

Cassotti, Marsilio. Infantas de Portugal, Rainhas em Espanha. Ed. A esfera dos livros. 6ª ed. 2012.

FUENTES

Museo del Prado

Museo de Bellas Artes de Santander

Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (RABASF)

Real Academia de la Historia (RAH)


(*) El autor, arquitecto urbanista e investigador, creó en 2011 el blog de historia y cultura portuguesa relacionada con Madrid “Pessoas en Madrid” https://pessoasenmadrid.blogspot.com/ 

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